miércoles, 9 de octubre de 2013

género y poliomielitis


La minusvalía ha sido más dura para la mujer que para el hombre ya que sufre una doble discriminación, por tener mayor invisibilidad y por la imposibilidad de encajar tanto en el estereotipo físico como en el rol femenino impuesto socialmente.

Al género y a la discapacidad se le pueden sumar categorías como etnia, orientación sexual y también situación laboral, afectiva o grado de discapacidad. Las mujeres con poliomielitis sufren una discriminación que proviene de un estereotipo social:”asexuadas, no deseadas, solteras, incapaces de tener hijos y, si tienen compañeros, serían varones con discapacidad y, si no la tienen, estarían con ellas por piedad”. Estaban abocadas a quedarse en casa siempre protegidas.

Esta imagen no sólo fue asumida por la sociedad, sino que fue interiorizada por las niñas con polio y contra lo que fue muy difícil luchar en una sociedad que sancionaba el pensamiento crítico.

Los padres conciben el futuro de sus hijos a través del matrimonio y, si tenían polio, esta opción se descartaba.

El varón con secuelas de polio si podía aspirar a los roles tradicionales de la masculinidad, en cambio las mujeres, aunque se les asignó el hogar paterno, se han casado en una gran mayoría; en muchos casos ha sido una muestra de normalización y, en otras, como una forma de escapar del entorno familiar, vivido como opresor y controlador, sin olvidar que el grado de afectación ha sido el determinante de una opción u otra.

Este mismo grado marcó también las actividades que se podían realizar y con quien; ni la discoteca ni el baile ofrecía posibilidades, siendo los locales asociativos relacionados con la discapacidad los que propiciaban el contacto y la relación entre las personas con secuelas de polio.

Las reacciones de las familias ante la relación de las hijas permiten valorar la presencia de estereotipos. Cuando ambos tienen discapacidad, es significativo el rechazo de ella por parte de la familia de él, fundamentalmente de la madre, debido a la visión asumida de mujer-cuidadora para el hijo. Los prejuicios paternos son limitadores, reduciendo la identidad de la hija a la única de la discapacidad y negándole la posibilidad de poder ser querida como compañera por otras características. El rechazo de la familia de él es asumido por ellas, porque entienden que una madre quiere lo mejor para su hijo, mostrando la interiorización de un estereotipo minusvalorador. En cambio, esto no ocurre si la mujer no tiene la discapacidad porque el hombre con discapacidad puede aspirar a tener relaciones con una mujer sin discapacidad porque es ella la que tiene el papel de cuidadora. Es frecuente la actitud hacia los hijos de personas con discapacidad, buscando en sus piernas rastros de deformidad.

Las personas con discapacidad han sido infantilizadas, no solo por negarles un rol afectivo sexual adulto, sino por considerarla improductiva y económicamente dependiente.

Permitirles estudiar o aprender profesiones sedentarias fueron las actitudes más frecuentes, apreciando en esto también la diferencia de género; en el caso de los hombres, los padres lo fomentan, en cambio, las mujeres, tenían que pedir a los padres y a la sociedad esta salida, lo que llevó a muchas de ellas a vender el cupón de la ONCE y a partir de 1988 de los cupones clandestinos de PRODIECU y AFIM.

La discriminación laboral ha sido vivida por hombres y por mujeres, siendo las iniciativas oficiales las que han promovido el empleo a través del cupo de reserva en las oposiciones; el trabajo autónomo ha sido también otra salida.

En cuanto a la percepción del cuerpo, se ha pretendido siempre ocultar el miembro afectado, la elección del tipo de ropa o la actitud ante una fotografía dan cuenta de ello, es frecuente la elección del pantalón como prenda de vestir y el evitar aparecer en las fotografías de cuerpo entero, pero este tema merece un capítulo aparte del que algún día hablaremos

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